Gracias…
Hoy me detuve un segundo, no fue una revelación cósmica ni sobrenatural fue apenas un instante, pero en ese instante, me vi y no solo eso: me escuché, me di cuenta de algo simple, pero poderoso: estoy bien y eso me pone tan feliz, no es que todo esté resuelto, ni que esté iluminada ni nada por el estilo. Solo… bien, bien con lo que soy ahora, bien y agradecida con lo que tengo. Y, sobre todo, feliz de saber que no tengo que demostrar nada, ni necesito probarle nada a nadie, solo a mí.
Esa conciencia me llena profundamente, pero no de una euforia escandalosa, sino de una calma dulce. Una felicidad que da paz. Y eso, para mí, vale oro.
No sé en qué momento exacto cambió todo, sé que ha sido un proceso largo, fuerte y transformador, pero también doloroso. Porque como todo cambio profundo, sí duele, no hubo una fecha concreta ni un antes y después cinematográfico, solo fue poco a poco, algo se reordenó por dentro, algo hizo clic en mi y de repente, todo empezó a tener sentido. Incluyendo mis errores, incluyendo mis fracasos anteriores y pensé en todas las versiones de mí que me trajeron hasta aquí. Son unas cuantas Liceth atrás, las versiones de mí que aguantaron, las que soñaron demasiado y muchas veces de manera ingenua. Las que no sabían cómo, pero igual lo intentaron. A todas esas versiones de mí: gracias.
No fue un camino de certezas. Todo lo contrario, muchas veces no supe lo que estaba haciendo; me sentía avanzando a ciegas, con la fe justa y el cansancio acumulado, pero siempre seguí, es parte de mi personalidad, a veces no por coraje, sino por amor propio, o por una voz muy suave que me decía: “Esto no puede ser todo. Tú naciste para algo más.” Y esa voz interna —que sé que era Dios hablándome bajito a través de mi ser— me empujaba. Sin exigencia. Sin castigo. Solo con amor, como un padre protector, cuidándome incluso de mí misma muchas veces.
El Dios en el que yo creo no me quiere perfecta, solo me quiere despierta, presente, capaz de ver la belleza incluso en lo que aún está en proceso, también estoy agradecida conmigo, con la mujer que he sido, incluso cuando no sabía que lo estaba haciendo bien, con la que sostuvo, la que se adaptó, la que dijo “no más” cuando tocaba, y también con la que volvió a decir que sí con el corazón limpio.
Hoy reconozco algo que antes no podía ver: yo ya era. Solo que no me daba cuenta, estaba demasiado ocupada tratando de mejorar todo, exigiéndome de más muchas veces, y eso no me dejaba detenerme a mirar lo que ya estaba funcionando.
Hoy me veo y pienso: “Oye, Liceth… te costó, pero llegaste.” Y no llegaste por suerte. Llegaste porque nunca te soltaste del todo, porque has luchado y has librado batallas por ti, y por todos. He aprendido a vivir lento, a disfrutar, a gozar de las pequeñas cosas de la vida y a agradecer lo que sí tengo, en lugar de estar pensando en lo que me falta. Desde ahí sigo. Esa es mi nueva manera de vivir: en mindfulness, sabiendo que no estoy sola, que me tengo a mí, que cuento conmigo. Y eso ya es bastante.
El amor propio es capaz de darte esa seguridad, con intención, con calma, con fe, solo quiero estar en paz con lo que soy, me válido, trato de ser mi mejor versión, la competencia es conmigo misma y uso lo que sé para crear algo que tenga sentido.
Para vivir bonito. Para sumar, dar lo mejor de mí y si en ese proceso puede ser de ayuda…es algo en lo que creo profundamente, el acto de servicio también me da felicidad, ahora yo procuro mi felicidad a diario, eso que muchos llaman hoy: “romantizar mi vida”.
Estoy viva aqui y ahora, con amor,

Estoy viva aqui y ahora, con amor,